El ecólogo venezolano Luis Daniel Llambí asegura que “ya no hay forma de recuperar estas paredes de hielo en el país”. pero hace un llamado a la acción para que no perdamos el resto de los glaciares de la región.
Alrededor del año 1800, los paisajes que regalaba la Sierra Nevada en Mérida eran de montañas imponentes y adornadas por extensas paredes de hielo blancas. Pero, ¿Por qué ha cambiado eso?

Pico Humbolt y Bonpland en 1910 con una amplia capa de nieve 
Pico Humbolt y Bonpland en 2019, apenas tienen algo de nieve
“Los hemos visto desaparecer. Ya el glaciar del Pico Bolívar (que es el más alto del país) estaba cada año más pequeño, en los últimos cinco años. Nos llamaba la atención que hubiera tan poca investigación sobre el tema. Sentimos que era urgente decir algo”, reconoce el ecólogo e investigador Luis Daniel Llambí, coordinador del proyecto “El Último Glaciar de Venezuela”.
En su informe, Llambí cuenta que los Andes tropicales albergan el 99% de los glaciares tropicales del mundo. Pero Venezuela está pronto a convertirse en el primer país de esta cadena montañosa (y posiblemente del planeta) en quedarse sin ninguno de ellos.
Durante el siglo XX, en el país quedaban tres grandes núcleos de glaciares: el que estaba alrededor del Pico La Concha (que desapareció alrededor de 1990), el que estaba en torno al Pico Bolívar (que dejó de verse este año) y un tercero que está en el Pico Humboldt, al que “no le queda mucho” según Llambí.
“El Último Glaciar de Venezuela”
En la primera fase del proyecto, lo que hicieron junto al equipo de investigación fue una reconstrucción histórica del receso del glaciar en ese pico. Hasta el momento, se conocían los trabajos del geomorfólogo y geólogo Carlos Schubert. Él fue quien se dedicó a hacer un seguimiento de la situación durante la segunda mitad del siglo XX.
En 2013 Carsten Braun y Maximiliano Besada publicaron un artículo dónde se hace una revisión histórica muy completa y se reporta un aumento sostenido de la temperatura y la disminución de las precipitaciones en la región.

“En 1910, en el Humboldt, había como unas 300 canchas de fútbol (de glaciar). Hoy quedan cinco”, sentencia Llambí. Eso significa que ya se ha perdido, más o menos, un 99% de dicha pared de hielo a la que solo queda ver desaparecer por completo.
“Cada año las tasas (de descongelamiento) se han ido acelerando. En la primera mitad del siglo XX se perdía un poco menos de un 2% anual. En el último período medido, que va de 2016 a 2019, se ha perdido un 16% anual. Es de las tasas más altas que yo he visto reportadas en ningún lado. Este glaciar está corriendo a su desaparición”.
Desde finales de la Pequeña Edad de Hielo (que va aproximadamente desde el siglo XIV a mediados del siglo XIX), los glaciares venían retrocediendo independientemente del cambio climático. Sin embargo, como destaca el ecólogo venezolano, “lo que hemos hecho es acelerar ese proceso, hemos multiplicado la velocidad por diez”.
¿Cómo estamos contribuyendo al derretimiento de los glaciares?
Aunque algunos procesos de la naturaleza son inevitables, los científicos han evidenciado que algunos comportamientos humanos empeoran la situación. La dependencia de los combustibles fósiles a escala global y la deforestación son algunos ejemplos.
“En el caso de Venezuela creo que ya no hay nada para hacer. Pero en el caso de Argentina, Chile, de Bolivia y de Perú, todavía están a tiempo. Tiene que haber un cambio en los patrones de uso de energía de todos los países del mundo. América Latina tiene que poner su grano de arena con una economía menos dependiente de los combustibles fósiles. Si hoy comenzamos a cambiar nuestras economías con una visión climática más eficiente e inteligente, vamos a tener un efecto positivo sobre no tener que quedarnos sin glaciares”, estima el explorador.
¿Qué pasa cuando se derrite un glaciar?
Junto al equipo de investigación identificaron que, a medida que la pared de hielo retrocedía en el Pico Humboldt, empezaba a aparecer vegetación y a aumentar la presencia de especies de aves y polinizadores que suelen ser propios de zonas más bajas de la cumbre. Entonces, en una segunda fase del proyecto, realizaron expediciones al campo para analizar en detalle cómo la desaparición del hielo brindaba un espacio propicio, en medio de las rocas, para la formación de un nuevo ecosistema.

“Usamos el glaciar como una máquina del tiempo. Mientras más lejos estás del borde glaciar, estás yendo más al pasado, es decir, a una zona donde el glaciar se retiró hace más años. Así estudiamos cuatro estaciones a diferentes distancias del límite”, explica Llambí.
En cada una de las etapas se realizaron levantamientos de la vegetación para reconstruir cómo se estaba dando el proceso de evolución de la biodiversidad local. “Se encontraron líquenes -entre ellos siete especies nuevas que no se conocían-, que son los que primeros colonizan. Después vienen los musgos y, entre ambos, forman unas asociaciones que se conocen como biocostras (…) A su vez, esas biocostras, ayudan a que se establezcan las primeras plantas pioneras. Luego, empiezan a aparecer los polinizadores, por ejemplo, el colibrí especialista de alta montaña”.
Para Llambí, el poder descubrir cómo van apareciendo nuevas formas de vida entre las rocas donde antes había hielo, lo lleva a dos conclusiones centrales. Por un lado, que “al ensamblarse un nuevo ecosistema, las redes de cooperación son elementales para hacerlo funcionar, incluso al límite de la vida”. Y el otro apunto de análisis interesante es que, a esas redes de interacción les toma más de 100 años en constituirse.
Especies a las que les gusta el frío están aprovechan de subir y escapar del calor desde más abajo. Pero, al lugar al que están llegando es duro, aún no se sabe si se van a poder establecer ahí o no se van a poder adaptar a esas condiciones extremas de rocas desnudas y pendientes abruptas.
“Una planta como los frailejones, que crecen en los páramos altos, pueden tener unos 200 años. Cuando Simón Bolívar pasó por aquí, tal vez estaba la misma planta. Y la gente llega y la tumba en un segundo. En Venezuela ya no podemos evitar que desaparezcan glaciares, pero todavía estamos a tiempo de cuidar estos ecosistemas frágiles que están surgiendo. Necesitamos un turismo responsable en la zona y evitar la degradación de estos espacios”, reconoce esperanzado Llambí.
El ser humano es parte de la biodiversidad que habita el planeta. Y como una especie más dentro las redes de interacción naturales que en escenarios hostiles deben cooperar en pos de la supervivencia, no podemos seguir mirando hacia otro lado. El compromiso es ahora. Y lo que haces, cuenta.
Fuente: National Geographic