La muerte del Papa Francisco, ocurrida hoy, 21 de abril, marca el cierre de un pontificado histórico que se extendió por 12 años. Como primer Pontífice latinoamericano y primer jesuita en ser elegido Papa, su legado queda definido por un empeño constante por llevar el Evangelio a las periferias del mundo y a los márgenes de la sociedad. A lo largo de su ministerio, sacudió —a menudo de forma vigorosa e incómoda— lo que consideraba un status quo católico “inaceptablemente autorreferencial, poco acogedor y rígido”.
Tras la inesperada renuncia del Papa Benedicto XVI en febrero de 2013, el entonces Cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, fue elegido Papa el 13 de marzo de ese mismo año, con un claro mandato de reforma dado por los cardenales reunidos en cónclave. A pesar de no figurar entre los favoritos antes del cónclave, su intervención en la reunión previa a la elección, en la que expuso una visión clara de renovación eclesial, convenció a la mayoría de los electores. Vieron en él una figura capaz de enfrentar los escándalos, los desafíos institucionales y la crisis de vocaciones y participación en la Iglesia.

Al elegir el nombre Francisco, en honor al santo italiano del siglo XIII, fundador de la orden franciscana y ejemplo de pobreza radical al servicio de los más vulnerables, el Papa dejó clara su intención de impulsar una Iglesia cercana a los pobres, atenta a los excluidos y capaz de abordar las complejidades del mundo moderno desde la fe y la compasión.
“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”, escribió Francisco en Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio), su exhortación apostólica de 2013, considerada por muchos como un manifiesto para su pontificado. En ella alentaba un compromiso pastoral activo, tanto en los barrios marginales como en los espacios institucionales.
Sin embargo, su visión pastoral tiene raíces anteriores a su elección como Papa. Durante la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida (Brasil) en 2007, el entonces Cardenal Bergoglio presidió el comité de redacción del documento final. Ese texto sentó las bases de muchas de las estrategias evangelizadoras que luego se desarrollarían en Evangelii Gaudium y más tarde en Querida Amazonia (2020), su exhortación apostólica posterior al Sínodo sobre la región Panamazónica.
El Documento de Aparecida proponía una “gran misión continental”, que impulsara una Iglesia humilde y en salida, con especial atención a la creación, la piedad popular, los pobres y quienes viven en las periferias. “Será un nuevo Pentecostés que nos alienta a ir, de manera especial, en busca de los católicos alejados, y de aquellos que saben poco o nada sobre Jesucristo, de modo que podamos formar alegremente la comunidad de amor de Dios nuestro Padre. Una misión que debe llegar a todos y ser permanente y profunda”, se leía en el documento.
Ya como Papa, Francisco amplió esa “gran misión continental” a una misión para toda la Iglesia universal. En la Jornada Mundial de la Juventud de 2013 en Río de Janeiro, alentó a los jóvenes a provocar un cambio audaz para una evangelización más efectiva. “¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud?”, preguntó a los jóvenes argentinos reunidos en la catedral. “Espero lío. Que acá adentro va a haber lío, va a haber. Que acá en Río va a haber lío, va a haber. Pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera”.
Con este llamado a una evangelización “liada”, el Papa propuso una visión de Iglesia descentralizada, atenta a la escucha, al acompañamiento y al compromiso pastoral, por encima del formalismo doctrinal o el clericalismo. Su lema no oficial fue repetido hasta el final: “Todos, todos, todos”, en alusión a su convicción de que la Iglesia debía ser un lugar de acogida y misericordia para todos.
En 2015, convocó un Año Jubilar extraordinario de la Misericordia, destinado a “redescubrir y hacer fructificar la misericordia de Dios, con la que todos estamos llamados a dar consuelo a cada hombre y mujer de nuestro tiempo”. Los misioneros de la misericordia, nombrados en 2016, recibieron el encargo de predicar ese mensaje y de expresarlo particularmente en el sacramento de la Reconciliación.

Uno de los ejes principales de su última etapa fue la promoción de la sinodalidad en la Iglesia, cristalizada en el Sínodo de la Sinodalidad (2021–2024), un proceso trienal que buscaba fomentar una Iglesia en la que todos sus miembros —el Pueblo de Dios— “caminen juntos, se reúnan en asamblea y tomen parte activa en su misión evangelizadora”.
No obstante, desde el inicio, el pontificado de Francisco estuvo marcado por tensiones internas, comenzando con los Sínodos sobre el Matrimonio y la Familia de 2014 y 2015. Durante esas reuniones, se discutió la posibilidad de permitir la Comunión a los divorciados que se hubieran vuelto a casar civilmente, una cuestión que generó acalorados debates. La exhortación apostólica resultante, Amoris Laetitia (La alegría del amor), lejos de apaciguar las discusiones, acentuó las divisiones por su ambigüedad percibida en temas doctrinales.
En los años siguientes, estas divisiones se profundizaron, especialmente con las iniciativas impulsadas desde sectores eclesiales en Alemania, que, invocando la apertura del Papa, promovieron cambios en aspectos como el celibato sacerdotal, las uniones homosexuales y la ordenación de mujeres. A esto se sumaron reacciones intensas ante decisiones como Traditionis Custodes (2021), que restringía severamente la celebración de la Misa en latín tradicional, y Fiducia Supplicans (2023), que permitía bendiciones no litúrgicas para parejas del mismo sexo y en situaciones irregulares.
Sin embargo, en temas clave, Francisco no dudó en trazar límites claros. En 2024, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó el documento Dignitas Infinita (Dignidad infinita), donde se reafirmaba la oposición de la Iglesia al aborto, la eutanasia y la ideología de género. En una entrevista ampliamente difundida en mayo de ese mismo año, durante el programa 60 Minutes de CBS, Francisco reiteró de forma categórica que tanto el sacerdocio como el diaconado femenino estaban descartados.
Un hijo de inmigrantes
Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, Argentina, hijo de inmigrantes italianos. Su padre, Mario, era contador ferroviario, y su madre, Regina Sívori, ama de casa. Creció en el barrio de Flores, en una familia sencilla, y tuvo una estrecha relación con su abuela Rosa, quien lo introdujo en la fe.
Su vocación religiosa se definió el 21 de septiembre de 1953, durante una confesión que transformó su vida: “No sé qué pasó, no lo recuerdo, no sé por qué estaba aquel sacerdote allí… pero la verdad es que Alguien me esperaba. Me estaba esperando desde hacía tiempo. Después de la Confesión sentí que algo había cambiado”. Más tarde diría: “Yo no era el mismo. Había oído justamente como una voz, una llamada: estaba convencido de que tenía que ser sacerdote».
Tras estudiar técnico químico, ingresó al seminario en 1958 y se unió al noviciado jesuita. Fue ordenado sacerdote en 1969 y profesó perpetuamente en 1973, año en que fue nombrado provincial de los jesuitas en Argentina, con solo 36 años.
Su liderazgo coincidió con los años posteriores al Concilio Vaticano II y la Guerra Sucia en Argentina (1976–1983), lo que le generó una desconfianza duradera hacia las ideologías políticas. A diferencia de otros jesuitas latinoamericanos que adoptaron elementos marxistas, Bergoglio y sus compañeros argentinos siguieron una línea distinta.
La llamada “teología del pueblo”, propia de Argentina, “nunca nunca usó categorías de tipo marxista o el análisis marxista de la sociedad”, explicó el jesuita Juan Carlos Scannone en Francisco, nuestro hermano, nuestro amigo. “El trabajo pastoral de Bergoglio se entiende en este contexto”.
Liderazgo con controversias
Durante su liderazgo como provincial de los jesuitas en Argentina, el P. Bergoglio generó controversia por sus reformas internas y su estilo de mando. Él mismo reconoció en 2013: “Había que afrontar situaciones difíciles, y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista… Mi forma autoritaria y rápida de tomar decisiones me ha llevado a tener problemas serios y a ser acusado de ultraconservador”.
Entre 1980 y 1986, fue rector del seminario jesuita de San Miguel, un período también marcado por tensiones. Algunos lo acusaban de querer volver a modelos anteriores al Concilio Vaticano II, aunque otros veían en él un renovador fiel a la esencia de la Iglesia. “No era, como algunos le han acusado, un conservador que quería llevarlos a la era preconciliar, sino un renovador, como Benedicto XVI, que se resistió a los intentos de conformar la Iglesia al mundo en nombre de la modernidad”, explicó el biógrafo Austen Ivereigh al National Catholic Register.
Tras dejar el cargo, viajó a Alemania en 1986 para finalizar su doctorado. A su regreso, aunque conservó cierta influencia, fue apartado en 1990 y enviado a Córdoba como confesor y director espiritual. La medida, avalada por el superior general jesuita, P. Peter-Hans Kolvenbach, fue recordada por el propio Bergoglio como “un momento de gran crisis interior”.
A pesar de ese “exilio interno”, su estilo austero y su cercanía a los pobres dejaron una huella duradera en sus discípulos. “Cuando nos levantábamos a las 6:30 o 7:00 para ir a misa, Bergoglio ya había rezado y lavado las sábanas y toallas para 150 jesuitas en la lavandería”, recordó el Cardenal Ángel Rossi, exalumno suyo, en el libro Francisco, nuestro hermano, nuestro amigo.
Servicio episcopal
En 1992, a pedido del Cardenal Antonio Quarracino, Arzobispo de Buenos Aires, el Papa San Juan Pablo II sorprendió al sacar al P. Jorge Bergoglio de su “exilio” en Córdoba y nombrarlo Obispo Auxiliar de Buenos Aires. En 1997 fue designado Arzobispo coadjutor con derecho de sucesión, y al fallecer Quarracino en 1998, asumió como Arzobispo Metropolitano. En 2001, San Juan Pablo II lo elevó al Colegio de Cardenales.
Ya como arzobispo, Bergoglio vivió con sencillez: residía en un departamento modesto, viajaba en metro y dedicaba su ministerio a los pobres y marginados. A la vez, se mostró hábil políticamente, sin temor a confrontar al poder. Incorporó elementos del peronismo —la “tercera vía” nacionalista de Juan Perón— que promovía las raíces católicas y la justicia social, pero rechazaba tanto el marxismo como el capitalismo.
“El poder nace de la confianza, no de la manipulación, la intimidación o la arrogancia”, dijo en una homilía de 2006, en crítica velada al gobierno de Néstor Kirchner, con el que tuvo múltiples desencuentros por cuestiones morales y sociales.
Su protagonismo en la Iglesia se consolidó en 2007, durante la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (Brasil), donde presidió el comité de redacción del documento final. En 2012, el autor católico George Weigel destacó en First Things el tono evangelizador del texto: “Lo primero que hay que destacar del Documento de Aparecida es su fuerte empuje evangélico: todos en la Iglesia, escriben los obispos, están bautizados para ser ‘discípulos misioneros’”. Y agregó: “Todo lugar es territorio de misión, y todo en la Iglesia debe ser impulsado por la misión”.
Un pontificado de las periferias
Ocho años después de haber sido considerado en el cónclave de 2005, el Cardenal Jorge Bergoglio fue elegido Papa en 2013. Se convirtió en el primer Pontífice no europeo desde el año 741. “Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo… pero estamos aquí”, dijo desde el balcón de la Basílica de San Pedro.
Desde el inicio, Francisco marcó su estilo: rechazó los ornamentos papales tradicionales, optó por vivir en la Casa Santa Marta y propuso una Iglesia que “salga de sí misma para evangelizar”, centrada en los pobres y las periferias. “La verdadera Iglesia está en las periferias”, afirmó en Amén, Francisco responde (2023). Imágenes poderosas, como lavar los pies a presos y abrazar a un hombre desfigurado, reflejaron su visión pastoral.
Su primer viaje fue a Lampedusa, donde denunció “la globalización de la indiferencia”. También criticó la “cultura del descarte” y lo que llamó “colonización ideológica”: la imposición de aborto, anticoncepción e ideología de género a los países pobres. En Hungría (2023), reafirmó: “Presumir como conquista un insensato ‘derecho al aborto’… es siempre una trágica derrota”.
En 2013, en el vuelo de regreso de la JMJ en Río, ante una pregunta sobre una persona gay arrepentida, dijo: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. La frase fue interpretada erróneamente por muchos como una apertura doctrinal, sin mayor aclaración vaticana posterior.
A nivel global, Francisco fue una figura influyente. Sus encíclicas Laudato si’ (2015) y Fratelli tutti (2020) recibieron atención mundial. En plena pandemia, ofreció una impactante bendición Urbi et Orbi en una Plaza de San Pedro vacía, y participó en mediaciones diplomáticas, como entre EE. UU. y Cuba. En 2024, fue el primer Papa en asistir a una cumbre del G7.
En 2018, firmó un polémico acuerdo con China sobre el nombramiento de obispos, criticado como una “increíble traición” ante los persistentes abusos del régimen. Aun así, el Vaticano mantuvo el diálogo, llamando a la paciencia.
El Cardenal Marc Ouellet definió su enfoque como “misionero”, buscando a los alejados. Francisco hizo 47 viajes apostólicos a 61 países, priorizando zonas de conflicto como Irak, Sudán del Sur y la República Centroafricana.
También transformó el Colegio de Cardenales: en 10 consistorios creó 149 cardenales, con una representación más global —Sudamérica y Asia (15% cada una), África (12%), Europa (35%)—. Nombró a 110 de los 138 electores del próximo cónclave.
Eligió cardenales de países poco representados como Mongolia, Marruecos y Tonga, dejando fuera a sedes históricas como Milán o Los Ángeles. En EE. UU., no elevó al Arzobispo José Gomez, pero sí a Mons. Robert McElroy. A pesar de percepciones progresistas, también incluyó a conservadores como el Cardenal Gerhard Müller y el africano Fridolin Ambongo Besungu, crítico de Fiducia supplicans.
Canonizó a 942 santos, incluidos Juan Pablo II, Juan XXIII, Pablo VI, Óscar Romero, Newman y Teresa de Calcuta. Declaró doctores de la Iglesia a San Gregorio de Narek y San Ireneo de Lyon.
Reforma interna
El enfoque pastoral de Francisco fue acompañado por un intento serio de reforma interna en la Iglesia. Al inicio de su pontificado, creó un Consejo de Cardenales para asesorarlo en la transformación de la Curia. Este proceso culminó en 2022 con Praedicate Evangelium, una nueva constitución apostólica que permitió que laicos dirijan dicasterios y colocó la evangelización en el centro de la estructura vaticana.
Como parte de esta reorganización, se unificaron la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización en el nuevo Dicasterio para la Evangelización, presidido directamente por el Papa, desplazando en importancia al Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
Francisco también abordó los problemas financieros del Vaticano. En 2023, el Cardenal Angelo Becciu, uno de sus colaboradores más cercanos, fue condenado por malversación de fondos, en uno de los mayores escándalos financieros del Vaticano.
Frente a los abusos sexuales en la Iglesia, el Papa creó en 2014 la Pontificia Comisión para la Tutela de Menores, liderada por el Cardenal Seán O’Malley. En 2019 convocó una cumbre global sobre el tema, de la cual surgió el documento Vos Estis, que buscó reforzar la rendición de cuentas entre el clero, especialmente los obispos.
Sin embargo, su estilo de gobierno —marcado por decisiones personales más que institucionales— mostró límites. “Un puñado de sacerdotes, obispos y cardenales en quienes Francisco ha confiado […] han sido acusados de conductas sexuales inapropiadas o condenados por ellas o acusados de encubrimiento”, señaló en 2020 Nicole Winfield (AP).
Casos como el del Obispo Juan Barros en Chile —a quien el Papa defendió inicialmente—, o el del ex Cardenal Theodore McCarrick —cuyas inconductas se conocieron públicamente en 2018— generaron fuertes críticas. Lo mismo ocurrió con el caso del artista y sacerdote jesuita Marko Rupnik, acusado de abuso sexual, expulsado finalmente de la Compañía de Jesús.
Las tensiones escalaron en 2018 cuando el exnuncio en EE. UU., Carlo Maria Viganò, acusó al Papa de negligencia en el caso McCarrick y pidió su renuncia. En 2024, tras años de retórica extremista —incluyendo llamar “hereje” al Pontífice—, Viganò fue excomulgado por cisma.
Papa de la sinodalidad
Uno de los ejes más ambiciosos del pontificado de Francisco fue su impulso a la sinodalidad como forma de gobierno eclesial. Inspirado por Aparecida y Evangelii Gaudium, el Papa promovió una Iglesia que escucha al Pueblo de Dios desde abajo, una “pirámide invertida”, elevando el rol del Sínodo de los Obispos y de su secretariado, dirigido por el Cardenal Mario Grech.
Sin embargo, muchos temieron que esta dinámica debilitara la autoridad doctrinal de Roma, generara confusión entre los fieles y abriera la puerta a cambios en enseñanzas fundamentales.
En los sínodos sobre la familia, los jóvenes y la Amazonía se debatieron propuestas como la comunión para divorciados vueltos a casar y el diaconado femenino. La exhortación Amoris Laetitia (2016) generó interpretaciones divergentes sobre este punto. Cuatro cardenales presentaron “dubia” en 2016 pidiendo claridad ante “grave desorientación”, sin obtener respuesta. Las nuevas dubia de 2023 fueron respondidas por el Cardenal Víctor Manuel Fernández, confirmando una interpretación más amplia.
En Alemania, los obispos lanzaron su propio “Camino Sinodal” impulsando propuestas radicales sobre el celibato, la moral sexual y el papel de la mujer. Francisco lo calificó de “elitista”, “inútil” e “ideologizado”, pero el proceso continuó, generando tensiones con Roma.
El Papa también enfrentó críticas desde sectores conservadores por su ambigüedad doctrinal, su gestión de abusos y su rechazo a lo que llamó “rigidez” o “clericalismo”.
En 2021, el motu proprio Traditionis Custodes restringió severamente la Misa tradicional en latín. El documento sorprendió por su tono, que algunos vieron como contradictorio con el espíritu sinodal del propio Francisco. No obstante, otros como el Arzobispo Augustine Di Noia lo consideraron necesario para evitar “una idea falsa de Iglesia”.
Otra gran polémica estalló en 2023 con el documento Fiducia Supplicans, que permitía bendiciones no litúrgicas a parejas en situación irregular, incluyendo del mismo sexo. Muchos obispos africanos rechazaron su aplicación, señalando que había sembrado “inquietud” y “confusión”.
Aun así, Francisco reafirmó principios centrales de la doctrina. En 2024, el decreto Dignitas Infinita reiteró la dignidad inherente de toda persona, incluyendo una condena clara del aborto, la eutanasia, el “cambio de sexo” y la “gestación subrogada”.
En 2021, el Papa inició un proceso sinodal global que culminó en dos asambleas en Roma (2023 y 2024). Sorprendió al no emitir una exhortación apostólica final, declarando: “Lo que hemos aprobado en el documento es suficiente”. Fue un gesto que selló su voluntad de que la sinodalidad quede institucionalmente arraigada.
La elección del teólogo argentino Víctor Manuel Fernández como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe en 2023 —a quien Francisco encargó asegurar la continuidad con “el Magisterio reciente”— confirmó su intención de dejar un legado teológico duradero.
“Con las puertas abiertas”
A pesar de sus problemas de salud —que lo llevaron a usar silla de ruedas desde 2022—, Francisco mantuvo una intensa agenda hasta sus últimos meses. El 24 de diciembre de 2024 abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y también, por primera vez, la de la cárcel de Rebibbia, dando inicio al Jubileo 2025 como “peregrino de la esperanza”.
Su pontificado deja pendiente el proceso sinodal y un clima eclesial polarizado. Pero su visión de una Iglesia que “sale”, que acoge a todos —“todos, todos, todos”, como solía decir— y que camina con los más vulnerables, marcó un cambio de época.
“La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre… con las puertas abiertas en todas partes”, escribió en Evangelii Gaudium. A su manera, Francisco abrió muchas.
Fuente: Aci Prensa.